El otoño del Patriarca

(texto redigido para el curso ‘Gabriel García Marquez: entre el poder, la historia y el amor’ por la Universidad de Los Angeles, Colombia)

En esta obra, se puede notar un fluido permanente del lenguaje. El lector tiene que se detener para dar una pausa, pero no el texto. Y esa pausa que el lector se ve obligado a dar, da la sensación de ahogo, como si quisiéramos respirar en medio a un ataque de palabras y acciones que no podemos controlar. Aunque nadie nos este obligando a leer continuamente, el lenguaje así nos mantiene: en una constante interminable.

También se nota que el lenguaje es fundamental en esa novela porque hay detalles como el texto de Colón, de cuando descubrió a América. Hay variantes entre lo que se le y lo que se sabe históricamente registrado. Ni todo es como fue en la historia, y eso nos obliga a conocer las variantes, a conocer factos e invenciones históricas. Gabriel García Márquez, e ese momento de la novela, escribe incluso como se escribía en el siglo XVI, como por ejemplo ‘dellos’ en vez de ‘de ellos’. La maestría de García Márquez es presentar el dictador. En ese pueblo, el dictador es como un dios, y solo el sabe lo que va a pasar y como va a pasar. Pero, sin embargo, hay cosas que se le salen de la mano, que no ha permitido y busca quien le cuente lo que pasó. En un momento dado, relato de Colón cuesta que los españoles se acercaron de América y se acercaron a los indígenas, y Márquez dice que quien decidió por el acercamiento fue los indios, como leemos “y vimos que eran buenos servidores”. Márquez cambia la manera del encuentro de las dos culturas, como resultado de una decisión y permiso del dictador y no el contrario, que fue una invasión por parte de los europeos. Se puede notar que es fundamentalmente interesante por el leguaje, porque Márquez está tergiversando los datos.

La elaboración textual de la novela se desarrolla intertextualmente. El ahogamiento que se siente, porque no hay como parar, nos cansa de leer, hay una fatiga, que el texto demuestra como la fiebre, el delirio del dictador. Tenemos otro ejemplo que se trata del cortejo de Rubén Darío. El texto señala abiertamente que ese cortejo, el ritmo de la poesía, se impone al dictador. Es sacado de su silla sin su permisión. Se supone que el dictador manda, y lo que la novela muestra abiertamente es que quien manda es el lenguaje.

Como no es posible ubicar el espacio de donde ocurre la novela, solo podemos suponer que es una nación caribeña indeterminada, pero retrata todas las dictaduras que América ya haya sufrido, hasta último con Pinochet en Chile y Castro en Cuba. Sabemos que las dictaduras han sido muy puntuales en América latina y la novela puede ser considerada una sátira al comando americano con su realismo mágico.

Además del poder, podemos encontrar dos grandes amores del dictador: su madre y su esposa legítima. Y ambas han sido tomada de la sociedad por la sociedad. La primera es una prostituta que tiene un hijo de padre desconocido, como que diciendo que todo dictador es hijo de puta, un insulto directo. Ya su esposa, lo engaña con otros hombres y se hace valer de su posición para sacarlo de encima, como que diciendo que todo dictador es padre de bastardos porque es cornudo, y otra vez tenemos el insulto directo en la novela. Es un amor impuro, sin sinceridad ni verdades. El ama o que se supone que debería odiar, pero ingenuamente ama, a pesar de su posición de dictador de un país entero.


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